Regresaba una tarde de clase y encontré
en la calle donde vivía una aglomeración de gente.
Esa angosta calle era abrazada
por una hermosa iglesia que está situada en pleno centro de la, perfectamente
llamada, ciudad de María. Con una plaza a su vera, que recoge día tras día el
vuelo de los pájaros, el juego de los niños, los haces de luz cárdena en los atardeceres
más hermosos. Y en donde, tras su restauración, vuelve a recogerse el cadencioso
compás de las campanas con sabor a parroquia de barrio milenario.
Yo, en esos momentos, no estaba
aún hecha a las lides capillitas, por lo que en principio no entendía muy bien
el por qué de esa concentración. Atravesé como pude y conseguí llegar hasta la
puerta de mi casa, subí al primero sin prisas, no tenía mucho interés en lo que
estaba aconteciendo. Pero, como bien sabemos, la curiosidad mató al gato, y no
pude resistirme a abrir el balcón.
Y al mirar hacia abajo lo
encontré, y no pude evitar clavar mis ojos en la dulce cara de la muerte en su
traslado al sepulcro. Mi cuerpo era recorrido por sentimientos de emoción,
nerviosismo y desasosiego.
Con austeridad, majestuosidad y
amor, lo portaban en andas para trasladarlo a la iglesia de la Lanzada (hermana
protectora en los años de exilio de la hermandad), entre cirios encendidos que
adivinaban el final del día. Tras El, la más hermosa mirada perdida de aceptación,
serenidad y dolor por la muerte del Hijo, Nuestra Señora de las Penas. Tras de
Ellos, la tercera titular de la hermandad, Santa Marta, hospitalaria y agasajadora,
cuya experiencia con su hermano Lázaro hace que su fe y su esperanza la
convenzan de que el Hijo del Hombre volverá a la vida.
Lo seguí con la mirada hasta que
giró y se perdió, estuve aun un lapso de tiempo mirando al vacío, y dije en voz
alta: -De tu hermandad voy a ser yo.
El pasado domingo, me entregaron
un hermoso documento donde se conmemoran los veinticinco años de mi pertenencia
a la hermandad.
Veinticinco años a tu lado Señor,
y parece que fue ahora mismo cuando decidí seguir de tu mano en el camino.
Veinticinco años donde cada año
es nuevo, con nervios nuevos, con la misma ilusión con la que espera un niño,
como si no conociese de sobra lo que va a ocurrir y donde el corazón late como si no hubiese un
mañana.
Ahora me queda la espera, para cumplir
los veinticinco con quien me espera en San Lorenzo. Pero eso ya será el año
venidero y también será otra historia.
¿Serán veinticinco años más a tu
vera?...
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